Primero el calor que raja la tierra, después un aguacero que inunda el pueblo.
Y justo hoy, mi tío se casa.
A la chica la eligió su papá, esa gaucha es bien chacarera, vive metida entre las bostas, y los chanchos, dice. En cambio, el novio, mi tío, es de esos muchachos que no le gusta subirse al tractor, ordeñar y menos, cuidar ganado. Eso sí, es muy conocido en el pueblo, y más en el club.
Las dos familias estamos en el registro civil, en el patiecito debajo de la Santa Rita. El juez, nos hace pasar, y nos grita con cara de bulldog.
Nada de paraguas abiertos, trae mala suerte.
Parecemos sardinas en este espacio estrecho. El juez no puede empezar con el trámite porque el novio todavía, no llegó.
El ventilador esta fijo y el viento apunta al juez. Los hombres se arreglan el saco, miran el reloj pulsera, y carraspean. Las mujeres acomodan los vuelos de las soleras y cuchichean. La novia, con un vestido y un maquillaje que no la favorecen, tampoco el peinado, mira a sus padres y hace puchero como lo hacía mi hermana de chica.
Escuchamos la puerta, nos damos vuelta todos a la vez, ansiosos. Es la ordenanza que saca el agua que se juntó en el patiecito.
El padre de la novia se acerca al padre de mi tío, lo mira serio, ¿qué pasa acá? Hicimos un trato, yo cumplí mi parte, le dice.
Sí, pero no sé, los muchachos de ahora tienen otros tiempos, don. Paciencia.
Unos minutos que parecen siglos y de nuevo la puerta. Todos giramos la cabeza al mismo tiempo, es él, llegó. Pero no.
La novia pasa del puchero a las lágrimas. El juez de Paz anuncia que es viernes mediodía y el registro civil se cierra hasta el lunes. En ese instante oímos el azote en la puerta y nos damos vuelta.
El dueño del club, el Pocho, irrumpe sin aliento, el gorro mojado pegado a la cara, las bombachas y alpargatas pasadas de agua. Respira hondo, se repone, le cierra el ojo al padre de mi tío, y grita.
Una desgracia, una desgracia. Todo por culpa de la lluvia. El novio está internado en el hospital, hace unas horas lo llevé. Se iba del club, y al salir se desmoronó el alero y los caños de hierro se le cayeron en la cabeza, se la agujereó y no fue solo eso, también se quebró la clavícula, y el fémur, creo, eso dijeron los médicos. Y eso no es todo, los de guardapolvo blanco me explicaron que el muchacho está perdido.
¿Cómo?, gritan todos.
Sí, ni bien abrió los ojos, no contestó ninguna pregunta, no sabe quién es ni qué le pasó.
Se hace un silencio como un agujero y los padres de mi tío, se miran y aquí se suspende todo dicen, vamos al hospital.
Los padres de la novia mueven la cabeza, miran a su hija, y sí, suspendemos todo.
La novia agarra al juez, usted viene con nosotros, vamos al hospital, no se suspende nada. El juez hace un gesto para soltarse pero la violencia en la mirada de la novia lo hace desistir. Toma el registro, se lo mete bajo el saco y arenga, vamos todos, síganme, esta ceremonia no puede esperar hasta el lunes.
Salimos en procesión, lleve a cántaros, sin embargo nadie abandona la comitiva. Saben que el espectáculo que van a presenciar va a estar a la altura de las expectativas.
Marisa Gomez